Las vacunas, sin duda, han salvado la vida de muchos niños aumentando su inmunidad frente a determinadas enfermedades como la rubeola, el sarampión, la varicela, la poliomielitis, la difteria, etc.

De todas formas, la fotografía de un bebé llorando desconsoladamente y agitándose mientras recibe una vacuna que acompaña este post (y que por cierto, fue publicada en la portada del New York Times el pasado 15 de enero de 2015), ha activado mi sistema de alarmas y me ha llevado a preguntarme si no hay otra forma de hacer las cosas. Y efectivamente, la hay.